Viernes sin moto en la turbia Cartagena
Prepárate para la narrativa de la experiencia más arriesgada. Es viernes en Cartagena. Hoy, ninguna moto circula en sus calles, todo indica que el día será más largo que de costumbre.
En la buseta, va una mujer embarazada a la que nadie se ha dignado brindarle el puesto, un niño de escasos meses no para de lloriquear porque le acusa el hambre, una señora le grita al conductor porque la dejó lejos de su destino, pero él, sí, el chofe, sigue corriendo porque va con tiempo, el esparring pelea para que quien van de a pie, monte en sus hombros a dos personas más, y un universitario, de universidad pública quizás, le lanza una mirada como para recordarle a su madre. Un señor que denota experiencia por su canosidad, se queja porque lo más probable es que en dos horas estará en su trabajo, y una vez más será culpa de Diana -vaya uno a saber quien es Diana- pero no importa, al mismo tiempo, un vendedor de menjurjes baja y uno de galletas sube, ambos rebuscándose en la apretadera y el enredo que trae consigo el bus. Así nos resulta, llegar a tiempo a cualquier lugar es casi que imposible.
La realidad es una sola: El transporte no coopera y la inversión para su mejora está muy lejos. Es como si al bus le faltara gasolina del gobierno y un aceite, que sea la templanza del pueblo, para no seguir permitiendo que salir un viernes sin moto de sus casas, sea la experiencia más abrumadora y caótica de la vida.