Guajira: La tierra del olvido
Entre las brisas del desierto se oyen los cantos nativos de la tierra wayuu. Uribia se deleita con los tambores y las danzas coloridas del territorio más inhóspito del caribe colombiano. El macuira sobrevive entre el sol y las dunas adornando el desolador paisaje. Su atención por favor, una venia, ahí viene… La Wuajira.
Tiene aproximadamente unos 20848 km2 de superficie y menos de un millón de habitantes. Aunque usted pueda sorprenderse, hace parte de los 32 departamentos de un tal país llamado Colombia. Esta elegante península gobernada por el mar y el desierto árido, habita en calma a pesar de los muchos azotes recibidos a lo largo de su historia.
Por si no fuera poco vivir a orillas del desierto, el departamento de la guajira ha tenido que soportar la centralización de un gobierno fundamentalmente capitalino, -lo que ya de por sí resulta un castigo absurdo- , el uso inescrupuloso de las regalías, la pésima administración fiscal y política, y sobre todo, el olvido.
Este refugio solemne y misterioso tiene un poco de todo. A pesar de ser un territorio habitado en su mayoría por nativos indígenas y afros, padece de una discriminación enfermiza, la estigmatización se pasea plácidamente por sus calles y tristemente, el machismo sigue predominando. Sin embargo, este pedazo de magia caribeña alberga innumerables maravillas dentro de sí. En tierra guajira el foráneo ha de sentirse como en casa, sin distinciones, se le recibe como a un primo o un hermano. La alegría de su gente se siente apenas se toca el suelo salino que la compone. A diferencia de las playas de Cartagena, Barranquilla o Santa marta, por estas latitudes no hay lujosos resorts, la ranchería wayuu es más que suficiente para guarecerse del sol que estremece las celestiales aguas de Mayapo, es justamente en este lugar donde pareciera como si el cielo y el mar se fundieran en uno solo, como si acaso fueran estas aguas el espejo del cielo.
Son muchos los lugares místicos que posee la ranchería más grande del mundo. El cabo de la vela arenga el espíritu libre del desierto, Manaure se viste de blanco cada vez que brota de sus profundidades el preciado regalo entregado por sus dioses, el caudal del Ranchería da esperanzas a un pueblo y una raza que resisten los embates de la sequía más larga en las últimas dos décadas.
El tesoro más grande que tiene este lugar es sin dudas su cultura, y es que nada puede compararse a la belleza del ritual cadencioso de la comunidad Wayuu, son las caderas femeninas serpenteando entre la arena del desierto capaces de enamorar a cualquiera que les aviste, ese baile correteado manipula al hombre a sus anchas hasta que le deja indefenso, rendido sobre la arenisca bendita. Si te topas por el camino a un Wayuu no te extrañes si te dice: “Arista pura pia aracatam punai” [Te saludo con el alma y el corazón], así se vive por estos remotos parajes del desierto guajiro, con el alma y el corazón, prueba de ello, son las cantatas vallenatas que adornan el silencio de la noche guajira que evocan los amores del pasado o celebran el regreso de quien ha llegado desde muy lejos a la tierra del olvido.