La historia de un hombre que decidió emprender por la paz
Allí estaba él una vez más atragantándose hasta las branquias de guayabas verdes y maduras, al mismo tiempo que batía las piernas cortando a los vientos del llano en pequeñas ráfagas que se dispersaban entre los matorrales. Aquellas ráfagas no eran las únicas que se oían entonces en Los chorros-Arauquita.
Fabio Nelson Fory Mina nació en Puerto Tejada en el mismo año y mes en que García Márquez era premiado con el nobel de literatura. Mientras el país celebraba jubiloso la hazaña más importante en la historia literaria nacional, en casa de los Fory Mina se sentían los embates de la guerra de los 20.075 días.
Fabio recuerda que en aquellos días la situación era muy dura, a veces, cuando los rumores de enfrentamientos entre grupos al margen de la ley llegaban a oídos de su familia, todos preparaban el ranchito de guadua ceremonialmente colocando los colchones en las paredes para amortiguar el impacto de las balas, y otras veces, cuando la guerra no avisaba sino que les tomaba desprevenidos, corrían a resguardarse bajo los colchones a esperar que la absurda guerra les dejara dormir en paz sobre el piso de barro.
La crianza de este hombre que está por cumplir 35 años, estuvo ligada al campo y las buenas costumbres, desde muy niño comprendió que la única forma de escapar de las balas era estudiando. Sus amigos de la infancia lo describen como un mocoso aplicado y laborioso, porque entre otras cosas, siempre que podía ayudaba a su padre Salomón Fory, en el oficio del campo, colonizando 4 hectáreas de tierra virgen que INCORA (Ministerio de agricultura y desarrollo rural), les había entregado para que trabajaran la inmensa tierra del llano.
Los recuerdos de esos días, resultan para él una mezcla de cosas bonitas y un par de tragedias. Para un niño no debe ser fácil ver a sus pares explayados sobre la tierra con una bala incrustada en la cien, o encontrarse de camino a la escuela al vecino que había visto todas las mañanas trabajar el monte, revolcandóse en una laguna de sangre.
En el caso de Fabio, ir a la escuela se convirtió en la única alternativa para salir adelante, pues si eras joven, y vivías en Arauquita para esas épocas, solo tenías cuatro opciones en la vida: 1. Trabajar en el campo a expensas de la muerte 2. Colgarte un fusil e irte a matar por una guerra sin ton ni son en nombre de las FARC o el ELN 3. Combatir a las guerrillas y tal vez regresar a casa en un ataúd para ser condecorado y luego enviado a tres metros bajo tierra para ser olvidado por un país ingrato y 4. Contrario a todo lo anterior, huir de la muerte a través del estudio y la formación superior.
Para cuando él tenía 17 años, había ganado una beca que le permitiría estudiar medicina en la universidad de ciencias médicas de la Habana, no obstante, los temores maternos sobre la trata de órganos y demás leyendas urbanas que se habían sembrado en ella, impidieron su salida al país de la revolución castrista. Fue así como, habiéndose frustrado el sueño de arrebatarle vidas a la muerte, tuvo que ir a prestar el servicio militar obligatorio e insertarse en las filas de la guerra.
Fabio Fory relata que uno de los momentos más difíciles por los que ha atravesado en su vida, fue aquella vez en que luego de conocer sobre la muerte de su madre, tuvo que salir huyendo de Arauquita con tan solo 180 mil pesos que el rector de la escuela de donde se había graduado con honores, le entregó para que salvaguardase su vida de las amenazas que las FARC hicieron en su contra. Horas posteriores al sepelio de su madre, una carta hecha por un grupo de cobardes le daban a Fory 24 horas para “pisarse”, o de lo contrario, acompañaría a su amada madre, ahora sí, para toda la eternidad.
En la madrugada posterior a la amenaza, Fabio tomó un par de pantalones, una que otra camisa junto con un balón de fútbol y emprendió un viaje que acabaría siendo el mejor de toda su vida. Sin saber a dónde ni cómo llegar, se subió a un bus del cual aún recuerda el nombre, un Expreso Bolivariano le llevaría, tras 17 horas de viaje, a la ciudad de la eterna primavera. Al llegar a Medellín, encontró en la UNAC (Universidad adventista de Colombia) una nueva oportunidad para volver a empezar. Allí, además de compartir su fe, pudo pagarse la carrera Ingeniería de sistemas con trabajo voluntario.
Sin embargo, en la actualidad no se dedica a programar softwares o a reparar equipos electrónicos, hoy en día transforma vidas a través del poder de la palabra.
Tiempo después de haber obtenido su título como Ingeniero de Sistemas y Programador de Softwares, descubrió gracias a uno de esos accidentes de la vida, su verdadera vocación. Jamás pensó que luego de graduarse de la universidad, se dedicaría por mucho tiempo a vender biblias. “Mientras vendía biblias en distintos pueblos a lo largo y ancho del país, me fui formando sin querer como conferencista”, dice él mientras se ríe al evocar aquellos recuerdos.
Hoy este hombre quien se define a sí mismo como una persona proactiva, práctica y sencilla, además de ser el padre de dos niños, que en palabras suyas son su vida, dedica la mayor parte de su tiempo a dictar charlas educativas a cientos de escuelas y compañías alrededor de país, llevando un mensaje motivador, que entre otras cosas, pretende la reconciliación y el perdón entre las comunidades que han sido victimas del flagelo de la violencia social. Tras fundar su propia compañía con el nombre PROFOEM, ha podido consolidarse en la actualidad, como un líder que promueve el bienestar social entre las comunidades más vulneradas.
Esta actitud pacificadora se ha convertido en su principal motivación, por lo que se despierta cada mañana ya sea en Medellín, la Guajira o Cartagena. No obstante, cree que para alcanzar la paz, es necesario que el estado y la sociedad replanteen el rol de la familia, y que además, no puede hablarse única y exclusivamente de la paz que hoy tanto se pregona por allá en la Habana, paz que él asegura, es una paz a medias. Por consiguiente, afirma que el país necesita con urgencia hablar de paces, es decir, que deben incluirse dentro de los temas de conversación, a la paz en el orden de lo social, económico, y politico, y señala que “nunca podrá liberarse la sociedad colombiana de todos sus demonios, sin que antes se halla aniquilado al diablo de la corrupción”.