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Mira quien llegó, ¡El Caribefunk!

El Caribefunk es un canto popular, una voz común, un solo grito de independencia cultural.


Tal parece que es una especie de hibridación, es en su forma donde se sincretizan África, las Antillas y el Caribe, hablar del barullo que produce este movimiento musical, es contar la antología poética más sublime de la heroica Cartagena, es recordar la casa de la abuela y sus sabores míticos, es el vibrar imbatible del Congo, es, sin lugar a dudas, la resurrección de África en el caribe.


Esta agrupación musical independiente que nació hace 4 años aproximadamente, “con la invitación de un amigo a un hostal”, y que está conformada por un Junior, un Yamil, un Andrés y un tal “Funkcho” salas, viene conquistando desde entonces los corazones de locales y extranjeros con sus ilustres canciones. La música que hacen estos muchachitos quienes bien cumplen el atisbo profético de “Nadie es profeta en su propia tierra”, es un vacile fresco y cadencioso, es una cuestión distinta, asincrónica, digamos que es música descolonizadora. Al primer sonido te estremece, hace que quieras bailar pegadito, hace recordar al antepasado negro, al esclavo, al que aún en la tortuosa opresión mantenía la esperanza y bailaba a son de tambor. Eso es precisamente uno de los elementos más interesantes de esta nueva alternativa musical, la recuperación, traer de vuelta lo que ha quedado en la parricida ignominia, la identidad.


No obstante, hay que decir que las letras de estos artistas son más que un ritmo pegajoso y bailable, esta letra bendita es una invitación a la conciencia, al crecimiento de la misma, de ahí que esta sea música para mentes, no para rostros. Bien podríamos comparar lo hecho por este grupo de Cartageneros, con lo que otros artistas tales como: Silvio Rodríguez, Facundo Cabrales, Joaquín Sabina y la renombrada banda de rock Argentina Soda Stereo (por mencionar algunos), han hecho en otras épocas, alimentar a las masas con el fuego primitivo de la música, alejándola de la mundanalidad comercial que tanto consume a los artistas del común.


Ahora bien, podría convertirse en una cuestión compleja encasillar o definir en una categoría simplicista a esta música tan antónima, que tiene un poco de todo, un poco de champeta, un poco de cumbia, algo de fandango, aquello de salsa, esto de merengue, unas pizcas de reggae, un tris soca, unos cuantos trozos de onomatopeyas y un pedazo enorme de alma. El Caribefunk le canta a la vecina chismosa de barrio, esa que se sienta en su palco VIP (terraza) todos los días a eso de las 5 de la mañana y conoce los secretos más obscuros de sus habitantes, a esa cuyo nombre es juanita, perenceja o fulana, le canta al carretillero, ese que sale de temprano rogando a la virgen vender la yuca, el plátano o el pescado, a las cocineras expertas en hacer sancocho con sabor a maranguango, a las Marías, a los santos, a las negras preciosas que habitan el caribe, a Palenque, a la tierra que es de uno, a lo nuestro, a los personajes ocultos en las sombras del anonimato, a la gente del común, al pueblo, mismo pueblo que aguanta miserias y vive la vida mamando cable, mismo pueblo que celebra porque está vivo.


Esta apoteosis que provoca la música Caribefunkera es tal y como lo definiría el maestro Jorge García Usta, un fuego que perdura, una llama que abraza, son los tambores en la noche de Jorge Artel, el soneto más negro. Si Artel viviera de seguro que tiraría varios pases al compás de estas melodías, estaría orgulloso, así como lo está el caribe colombiano al tener quienes le representen en la música como hacía mucho no se le representaba. Tal vez el mismísimo Jorge se encuentre bailando sus canciones junto al Joe Arroyo y Lucho Bermúdez, ¡ja! quien sabe. Lo único que sí es cierto, y de lo cual estamos seguros, es que El Caribefunk llegó para quedarse.


oto extraída de las redes sociales de la agrupación


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