Retrato hablado de una EPS
El sol embravecido de mayo sería testigo de los hechos…
Él jugaba como de costumbre en las mismas calles que dejaban mojoso al cristo crucificado de la parroquia. Sin poder advertirlo, tropezó con un mal llamado peñón, dándose en el impacto contra los ligamentos cruzados, estoy seguro de esto porque el sonido parecía al de una hoja cuando se rompe a la mitad.Y todo por andar jodiendo el chevrolet modelo 95 del viejo Andrés.
La sangre empezaba a espesarsele al mismo tiempo que recorría a cantaros la delgaducha pierna. Los vecinos, quienes habían visto la escena en primera fila desde las terrazas, no tardarían en reaccionar ante la situación. Entre ellos el señor Pérez, de unos cincuenta y tantos, agarraba al herido cargándolo en sus brazos. Arrancó este a correr sin otra cosa en mente que remendarle la chocozuela al sucio nené.
Al arribar al hospitalucho más cercano, que a duras penas podía albergar a los baleados, acuchillados y demás mal heridos de la ciudad, los designios del destino les hacían esperar en una extensa fila de gente que no paraba de quejarse de sus malestares y de la falta de camillas en la EPS. El hombre, decidido y con la valentía subida a la cabeza, arremetió contra la fila colandose por unos cuantos segundos. Sin embargo había resultado inútil su maquinado intento. La chismosa del barrio, Martina, una vez notó las marañas del muy avispado tipo, alborotó a los demás para conseguir que los sacasen; era evidente que no lo hacía por justicia, sino por conseguir votos en las próximas elecciones a la JAC.
– ¡Oiga señora, deje de ser tan lambona! –respondiale él con furor–. A lo que ella respondió volteando su ironica mirada, al tiempo que murmuraba sobre las horribles fachas en las que él se habia presentado en el lugar.
Tic tac, tic tac. Álvaro notó que corrían los segundos y que él niño seguía quejándose sin recibir atención médica. Se acercó a la recepcionista diciendo: Mi reina, yo sé que las cosas son complicás, pero hágame el favorcito que mi virgen se lo paga. Este niño ‘tá sangrando muy feo, écheme una ayudita ahí.
Ella le miró detenidamente diciendole: -Lo siento mi amor no puedo hacerte el dos, porque los médicos van a salir en los próximos minutos a almorzar. – ¡Qué ná! ¿almuerzo? ¡Ay Mami! a este pelaíto me lo atienden porque o si no hay problema aquí–. Ella giró su cabeza y continuó tecleando su iPhone, ignorando las quejas y amenazas del colérico defensor.
Tic tac, tic tac. El tiempo corría y el pobre niño ya no aguantaba. Se vino en llanto. Álvaro no reconocía ya rasgo semántico alguno de la palabra paciencia. Empezaba en consecuencia, a idear un plan para que a Jhon Alberto le cosieran la carne que ya olía a podrido.
No le quedó más remedio que susurrarle al niño que se quejara en altavoz moviendo el cuerpo tan rápido como fuese posible. Así lo hizo. Formando el escándalo del año, mismo escándalo que al día siguiente, sería la portada de los principales diarios de la ciudad.
La vieja Martina botó el dulce y echó a correr para llamar a la policía. Más rápido llegó el Universal para tomar las fotos y para entrevistar a los testigos, que la policía a controlar la situación. La gente comenzó a lanzar improperios y a decir hasta del mal del que podrían morir los directores del hospital, si no les atendían. Los testigos seguramente jamás olvidarán los rostros despavoridos de los médicos, a quienes no les quedó otra que atender a los pacientes sin importar el pedazo de piso que les correspondiese por cama.
Jhon y el Sr. Pérez se dirigieron a la puerta 401, justo al lado de la recepción. Fueron a dar directo hacia el famoso horno, en esa zona el blandengue aire acondicionado del hospital ni se sentía. De inmediato, las enfermeras se percataron del grave estado en el que se encontraba el desgarbado muchacho. Le tomaron por los brazos acostándole en una camilla oxidada para iniciar con el chequeo. El Sr. Pérez por su parte, angustiado, se había sentado en una silla que daba con el costado de la camilla. Allí, sentía culpa por los daños del lugar, pensaba en cómo carajos pagaría la costosa multa que le provocó tan semejante recodo.
Las enfermeras colocaron una venda con gasa para detener la precipitación de sangre sobre la rodilla, mientras que el sr. Pérez, esperaba pacientemente para recoger las medicinas que seguramente le había mandado el médico de manera cuidadosa, para la pronta recuperación del Jhonsito.
Se acercó para recibir las medicinas. Tomó la bolsa que le entregaba en aquella oportunidad una enfermera con el ceño fruncido. Observó las pastillas. Levantó la mirada. Se dirigió donde se encontraba el médico y… –¡No sea usté tan marica! Tanto show que me tocó hacer, los minutos que me tocó esperar para reclamar las pastillas, pá que usté venga a mandá un par de ibuprofeno y acetaminofén! ¡Viejo hijueputa!