Y Manolo... ¿Va?
En vísperas de las pasadas elecciones celebradas el 25 de octubre del 2015, el panorama político en Cartagena era tétrico y hasta desesperanzador. Para entonces las encuestas vaticinaban a dos de los siete aspirantes a la alcaldía como los más opcionados a ganar la contienda electoral. El primero, quien parecía tener todo preparado para sentarse en el palacio de la aduana, traía consigo una estela turbia de proselitismo difícil de borrar, precedido de gran fama entre los círculos políticos y las élites cartageneras. Contaba además, con el apoyo de "ilustres personajes" como el representante a la cámara envuelto en líos jurídicos Pedrito Pereira y el ex-senador judicializado por parapolitica Vicente Blel. El segundo por su parte, había aterrizado en la escena política para aguarle los planes a su principal contendor con su perorata popular y un discurso trivial que de poco sirve, sumado todo esto, a su austera preparación en temas de administración publica y política.
En la noche del 25 de octubre pasado, el oráculo hacía presencia en las populares calles de Cartagena, allí se celebraba la victoria, el batacazo contundente que aquel nacido en el barrio Blas de lezo le propinaba a la maquinaria política tradicional. Hasta aquí, el mayor de los optimistas pensaría que, un tipo del pueblo, cuyo lema de campaña fuese "primero la gente" , y que aquel que era proclamado el sucesor del fallecido ex-alcalde Campo Elias Therán Dix, sería la solución a las recurrentes y acostumbradas problemáticas que tanto han atormentado a los sectores populares y a la ciudadanía en general.
Hoy, a cuatro meses de su posesión, hay una sensación colectiva que órbita entre la decepción y la frustración, hoy muchos se preguntan si valieron la pena los 20, 30 o 50 mil pesitos, si el sancocho y las frías de aquel 25 de octubre saldan las victimas que se ha cobrado la inseguridad, si acaso las camisetas y los suvenires regalados en medio de conciertos y presentaciones populosas pagan con creces la carencia del pan sobre la mesa. Este fenómeno de bondad exorbitante y billeteras abiertas, tan común por estos lares previo a las elecciones, ha pasado de ser un delito, a convertirse en una practica común. Antes de mirarse con desdén a quien descaradamente realiza estas practicas, se le eleva al más opuloso de los estatus, es ahora este el mesías, el redentor del pueblo. Y tal y como lo representa Lavoe en Juanito alimaña, todos le conocen, nadie lo delata.
Precisamente hablo de él, sí, Manuel Vicente Duque. Su administración folclórica y recochera poco a hecho para contener la dramática situación de inseguridad, en materia de movilidad hay mas dudas que certezas, con un transcaribe funcionando a medias, y una chatarrización que por lo visto no llegará pronto, el sistema no termina de cuajar en el seno de la sociedad cartagenera, y por si no fuera poco, como bien dice una canción por ahí: "La cosa está tesa muchos problemas en esta ciudad, subió la pobreza y la destreza para robar". El problema fundamental de todo, es que al parecer el popular alcalde no ha entendido que la situación debe tener una solución de fondo y no de forma.
Dicho todo esto, lo cierto es que a Manolo se le acaba el crédito cada vez que se muestra ante las cámaras dubitativo y poco locuaz , se le acaba cuando la gente, la misma que le entregó su voto, se arrepiente y maldice el día en que confió en su discurso re-encauchado, cada vez que se le ve en cócteles o posando para la sección de sociales de periódicos locales en lugar de ponerle frente a los muchos problemas que por estas latitudes abundan. Se le acaba y se le sigue acabando mientras el disgusto popular sigue creciendo, y su posición, la de mártir que viene a levantar los muros caídos, se ve cada día, más enlodada.