A las puertas de la extinción
En la vida sobre la tierra nada es al azar, nada ocurre porque sí, todo tiene un ciclo, todo cumple una función. Desde el microorganismo más diminuto hasta los conjuntos celulares de mayor envergadura, todo, cumple un papel primordial y necesario para el ejercicio de la vida sobre la tierra. Es el efecto cíclico el que permite la transformación de lo inesperado en materia prima, nada se destruye, solo se transforma, es así como el manantial de la vida, el agua, cae a cantaros desde los confines del cielo, dando muestra de un plan natural sistemáticamente elaborado que permite el desarrollo de los organismos que habitan sobre la faz de el inmenso cosmos.
Este mismo efecto regulador, ha sido, gracias al ingenio y la emergencia por sobrevivir, alterado por los regentes del mundo, la especie humana, el homosapiens; el hombre que piensa y piensa. Si bien es cierto, gracias a las motivaciones del progreso, hoy por hoy disfrutamos de un confort que ninguno de nuestros antepasados hubiese imaginado, ni siquiera en un estado onírico trascendental; la realidad lamentableme es que el curso natural de las cosas ha cambiado drásticamente poniéndose ahora, en contra de los responsables de su estado actual.
La pachamama, como llamarían a la tierra los nativos de sur américa, ha perdido trascendencia para el hombre, quien cegado por la sed del consumismo ha olvidado lo realmente importante, para cosechar lo superfluo, es por esto, que hoy cerca del 25% de los bosques han sido remplazados por centros industrializados para la agricultura y la ganadería, privando así a la tierra, de los pulmones que respiran en silencio los secretos de la vida, cercenando sin compasión las branquias y los alvéolos que evitan nuestra muerte.
El ritmo desenfrenado sobre el cual se ha forjado el espíritu de esta era, ha llevado a la decadencia recursos que antes parecían ilimitados. Debido al crecimiento poblacional desorbitante, hemos visto como el mundo ha crecido tres veces más en tan solo 50 años, arrastrando consigo todo el peso de los excesos demográficos, que se traduce en toneladas y toneladas de producción.
En principio el desarrollo de las civilizaciones estuvo directamente relacionado, con la agricultura, el paso de la recolección salvaje y arbitraria, hacia un estudio detallado desde lo empírico, abrió las puertas a un mundo de posibilidades a través de unos parámetros estacionarios que facilitaban la producción a gran escala de elementos vitales para la subsistencia del hombre. De aquí se desprende la historia del mundo productor que conocemos hoy por hoy. La fuerza humana convertida en alimento, en esperanza.
Sin embargo, tal historia que en principio no alteraba los ciclos y los periodos naturales, ha visto como se trastocan su forma y esencia, para satisfacer la demanda excesiva de alimentos, dando origen a la estandarización y muerte de la diversidad. La producción en serie y en masa ha acabado poco a poco con la riqueza mineral de suelo, ha despojado sin reparos a miles de especies de su hábitat natural y ha destruido paulatinamente a la gran variedad de ecosistemas que la madre tierra nos había regalado. En las ultimas cinco décadas hemos sido testigos del avance y el retroceso, la evolución y la involución, el desarrollo y el atraso, sencillamente porque el hombre le ha dado la espalda a lo que realmente importa, a lo esencial, a la vida misma.
Hoy, cada día se crean más y más complejos para la ganadería, lo que implica una demanda descomunal de alimentos para acelerar la producción de la carne, es así como se trasforman hectáreas de bosque en carne para saciar el apetito de los cerca de siete mil millones de hombres que alberga el mundo. Para lograr esto, se necesita en consecuencia, desbaratar la continuidad de lo orgánico, para dar paso a una selección de especies vegetales, que puedan abastecer las exigencias del mercado ganadero, para efectos de esto, se utilizan plantaciones de soja y cereales, lo que sin lugar a dudas representa un daño permanente para la biodiversidad.
Así mismo, podríamos estar hablando de muchos otros casos, cuya tendencia radica en la selección de un único elemento para la producción agrícola, como lo es el caso de la palma de cera, cuyo aceite representa uno de los pilares esenciales para la producción de cosméticos y muchos otros productos, o tal vez podríamos mencionar el caso del eucalipto, del cual se produce el papel que se utiliza en hogares y oficinas, cabe destacar que ambos casos, hay una destrucción total o parcial de la tierra, puesto que nada crece a sus alrededores, o lo que es peor, nada puede ser sembrado luego de que estos han dejado una huella permanente sobre las membranas de la tierra.
Ahora bien, no se puede soslayar que el elemento que ha facilitado este incremento desproporcionado en cuanto a producción y consumo, ha sido el oro negro, la sangre de la tierra, la cual luego de cientos y miles de años de fabricación orgánicamente meticulosa, ha servido al hombre para surcar los horizontes, conquistar lo inconquistable y abaratar el futuro y el progreso de la humanidad. Sin embargo, la utilización de este recurso tan valioso ha traído consigo daños que parecen irreversibles, no solo ha deteriorado los ecosistemas, sino que además ha maniatado al hombre a su uso, obsesivo uso que lo ha llevado al borde de la decadencia.
Esta era, es la era de la extinción, en pocos años un tercio de las especies que habitaban bosques y humedales han desaparecido, los que eran imponentes ríos de caudales vigorosos, hoy han quedado reducidos a charcos de lodo y sedimento, y en algunos casos, muchos ríos ya no alcanzan a llegar a la desembocadura en el mar, todo esto sin mencionar el descongelamiento de los casquetes polares o la deforestación que provoca la erosión y muerte próxima de la tierra.
La tierra está a las puertas de un cataclismo ecológico, y si no se generan alternativas sostenibles que puedan reemplazar las condiciones actuales de producción energética, posiblemente los fantasmas de la isla de pascua estén cada vez más próximos. Cuenta la leyenda que después de haber agotado todos sus recursos, los pascuenses conviriteron en una realidad al demonio de la extinción.