En Colombia las mujeres mueren porque lo merecen
En la sociedad colombiana, tal y como lo Señala Timothy Leary “el hombre soporta el dolor como un castigo no merecido, mientras que la mujer lo asume como su patrimonio natural”. El papel histórico de la mujer colombiana, salvo algunas excepciones, ha consistido especialmente en satisfacer sin el menor atisbo de querella, todas las exigencias que el sujeto hombre dictamina.
Así mismo, la funcionalidad de la estructura social de muchas zonas del país ha distribuido los roles de manera clara: El hombre, ha de sustentar la casa y la mujer ha de consagrarse a ella por el resto de sus días.
Dadas estas diferencias tan marcadas, es lógico encontrarse con la razón casi aritmética que establece en orden jerárquico las posiciones de lo masculino y lo femenino, esta razón, puede resumirse de manera práctica, aunque coloquial, de la siguiente forma: en el país del narcoestereotipo femenino, si un hombre tiene tres amantes, es el putas, si una mujer tiene tres amantes, es una puta.
Sí, aunque parezca absurdo así funciona la lógica del colombiano. El hombre goza de privilegios por ser hombre, la mujer sufre por el simple hecho de ser mujer.
Por consiguiente, esto explica en gran medida porque este país ocupa el décimo lugar en la lista de países con más casos de feminicidios en el mundo.
En efecto, todos estos comportamientos son naturales en una sociedad altamente falocéntrica como la colombiana, en la que se le rinde culto a la masculinidad y a sus procederes, por más inicuos que parezcan.
A Rosa Elvira Celis, la mujer bogotana que vendía dulces a las afueras del hospital militar de Bogotá para sostenerse, un compañero de estudios de la escuela donde validaba el bachillerato, le arrebató la vida. Javier Velasco, su asesino, demostró que en Colombia, la mujer muere simplemente porque es mujer.
Velasco, quien había ofrecido llevarla hasta su casa, se desvió la noche del 24 de mayo del año 2012, la llevó a un parque, la golpeó con el casco de su moto en la cabeza, la dejó casi inconsciente, la violó, la apuñaló y, en un gesto máximo de inclemencia, le introdujo ramas por el ano y la vagina hasta destruir sus intestinos y órganos pélvicos.
A Celis, además de haberle arrebatado cruelmente la vida, una mujer, una de su misma especie y género, se atrevió a culparla. “Si Rosa Elvira Cely no hubiera salido con los dos compañeros de estudio después de terminar sus clases en horas de la noche, hoy no estuviéramos lamentando su muerte”, así señaló la abogada Luz Stella Boada al radicar el documento del caso, ante el juzgado administrativo 37 de oralidad. (Leer Secretaría de Gobierno de Bogotá culpa a Rosa Elvira Cely de su propio ataque)
Rosa Elvira es el nombre y el rostro de todas las víctimas que se ha cobrado el feminicidio en el país más feliz del mundo. Aunque le culpen de haber provocado el macabro desenlace de su vida, ella se ha convertido en el estandarte que enarbolan todas y cada una de las mujeres víctimas del maltrato, el abuso, el hostigamiento y el acoso masculino.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos realizados por organizaciones nacionales e internacionales para prevenir que casos como el de Rosa Elvira vuelvan a sembrarse en los anales de la historia Colombia, según las cifras más recientes, en lo corrido del primer trimestre del año, 399 mujeres han perdido la vida a manos de un hombre.
De seguir así, este será recordado como el país donde una mujer corre más riesgos de morir asesinada por un hombre, que morir por cáncer de seno o un infarto al corazón.