La peste
La Peste en la obra literaria de Albert Camus podría definirse como la sucesión de eventos descabelladamente cínicos, rayanos en lo absurdo, capaces de subyugar al hombre, poseerlo, hasta condenarlo a las perpetuas fosas comunes de la muerte...
Para cuándo la peste de la política corruptiva había arrasado a centenares de inocentes con su paso, ya era muy tarde para hacer un mea culpa, cómo una suerte de Paneloux, que permitiera salvaguardar la dignidad de entre las balas, la inoperancia estatal o la paquidermia del pueblo.
No obstante, pasa en algunas ocasiones que los remesones de la peste son tan fuertes que despiertan a nuestros conciudadanos, que, como en el caso de la Orán de Camus, se habían acostumbrado a vivir con ella. Y es precisamente en este apartado de la historia dónde suele hallarse algún elemento plausible al que aferrarse, así sea para no perder la esperanza, la fe, o la humanidad.
Hecho este preludio analógico sobre la política y la peste como una simbiosis que funciona como una dicotomía perfecta, hoy nos disponemos a desenpolvar un episodio reciente en el marco de nuestra desprestigiada política local.
Ha pasado cerca de un año, 11 meses y 15 días para ser exactos, desde que se libró la segunda elección atípica de alcaldes en menos de 1 lustro en Cartagena.
En medio de una pugna que poco y nada tenía que ver con ideales políticos o convicciones morales, el botín jugoso que significaba la Alcaldía, buscaba ser roído y devorado, como si se tratase de un banquete dispuesto para que las ratas se regodeen a sus anchas. Claro está, lo de las ratas es mera coincidencia metafórica, no vayan a pensar nuestros ilustres personajes de la política local, que osamos compararlos con tan inofensiva especie.
Estas ratas, que además sirven de símil para representar a los clanes, mafias, monopolios y financistas de campañas políticas, definieron con cálculo y frivolidad quienes serían sus abanderados.
Elecciones atípicas: Los primeros brotes
En la contienda electoral librada el pasado 6 de mayo de 2018, dos candidatos se robaron -curiosamente-portadas de revistas y titulares de prensa. Las casas políticas entonces, se la jugaron por dos de los 9 aspirantes. Con la peste a cuestas, brindaron todo su respaldo a las candidaturas de Antonio Quinto Guerra Varela y Andrés Betancourt González, antiguos compañeros de bancada, enfrentados por aquel entonces en el ring de la apestosa política local.
El primero de los candidatos fue públicamente apoyado por la maquinaria que ha controlado este oligopolio colonial conocido como Cartagena. La casa Blel, salpicada por la parapolítica, es uno de estos tantos apoyos que dan cuenta de lo cinico que puede llegar a ser el espectáculo de la peste.
Y aunque la probabilidad de que Guerra fuera destituido por la procuraduría era un hecho casi que cantado, nada detuvo las aspiraciones del peculiar e inédito aspirante.
Para el exalcalde Carlos Díaz Redondo, la candidatura de Quinto parecia perfilarse hacia una alianza de muchos sectores económicos y políticos tradicionales. Esto podría hacernos inferir con facilidad que es una apuesta más a la extensión de una cuarentena generalizada, donde la gente tendrá que seguir refugiada en sus parcelas para evitar sufrir con mayor intensidad los estragos de la peste.
Pese al abierto patrocinio de la casta política tradicional, y su aparente inhabilidad, el candidato que hubiera perdido otrora frente al hoy detenido Manolo Duque, prosiguió su campaña invadiendo la ciudad con una publicidad política copiosa y tan poco convincente como su programa de gobierno.
Empero, si por los terrenos de uno llovía, en las inmediaciones del otro el diluvio no se hacía esperar. Betancourt, quien hubiese recibido el aval del partido Alianza Social Independiente (ASI), contaba además con el apoyo de el Exgobernador de Bolívar Juan Carlos Gossain y la polémica empresaria Enilce López, quien a pesar de estar recluida bajo detención domiciliaria, continúa gobernando en cuerpo ajeno gracias a sus apadrinadas políticas Daira Galvis y Karen Cure.
Pese al pestilente apoyo de la “Gata” sobre la candidatura de Betancourt, para el mismo Díaz Redondo, este es quien mejor cumplía con el perfil para ser alcalde de la ciudad. Para él, Betancourt parecía ser el menos peor, el menos salpicado con la apestosa desgracia y además, contaba con amplia influencia en sectores populares.
Las propuestas de Betancourt, al igual que las de Quinto, tenían vicios y vacíos comunes, lugares repetitivos que no representaban las soluciones prácticas e inmediatas que requiere la ciudad para salvarla de la peste insalubre y paupérrima que vive al sol de hoy; porque lo cierto es que más de 294 mil personas en Cartagena viven en condiciones de pobreza y más de 55 mil en indigencia, según el último informe de Cartagena Como Vamos.
De izquierda a derecha: Antonio Quinto Guerra, Andres Betancourt y David Munera
Entre tanto, en este enlodado panorama aparecía en la escena un actor que podría definirse como un inmune a medias, porque pretendía ser una cura contra la peste, pero de poco o nada esto servía si no alcanzaba a convocar a las masas con un discurso contundente, para inyectar de manera fulgurante el antídoto para combatir los síntomas de una enfermedad que crecía en la misma medida en que se acercaba el día de las elecciones.
La figura criolla de Rieux
David Múnera Cavadía fungió entonces, como una aparente opción disruptiva. Con una hoja de vida intachable, a pesar de su pasado como exconcejal de la ciudad, se sumó a la contienda electoral.
Su incipiente repercusión mediática se constituyó en un lastre para sus aspiraciones, pues, entre otras cosas, no alcanzó a tocar la fibra, la tecla justa para convocar a un conjunto significativo de personas que pudieran respaldar su iniciativa.
Múnera encontró entonces su par en la persona de Rieux, personaje principal de la novela de Camus. Un doctor de Orán, caracterizado por su gran vocación de servicio y a quien, por razones del infortunio o el destino, siempre parecían hacerle falta cinco centavos para el peso.
Mientras el franquismo subordinado de la ciudad se alistaba para disponer de todos los recursos a su alcance para elegir alcalde de bolsillo, la ciudadanía alerta debía empezar a cuestionarse insistentemente sobre cuál de todas las posibilidades podía ser el remedio, y no una pócima que resultara peor que la enfermedad. Sin embargo y como era de esperarse, esto nunca pasó.
Ya todos ustedes conocen la historia. No había que acudir al oráculo de Delfos para saber qué Quinto Guerra ganaría una contienda como esas en un ambiente tan atípico y enrarecido como nunca.
Sin embargo, y aunque era un secreto a voces la casi segura inhabilidad del recién electo alcalde, estaré prosiguió su carrera hacia el palacio de la Aduana, donde duraría 14 días investido como alcalde.
Estos estrepitosos fracasos en la política cartage era no sólo constituirían un récord, sino que además desnudarían un problema histórico que todos comentaban pero nunca nadie delataba.
Así fueron pasando los días en esta tierra de lo absurdo. En estos confines donde reina la peste y la miseria, donde todo parece que puede ser, conquistó la corona de la Alcaldía de la ciudad Yolanda Wong y posteriormente Pedrito Pereria.
Doce han sido los alcaldes que ha tenido Cartagena en menos de 8 años. El chiste se cuenta por sí solo. La alcaldía convertida en un juguete que se reparte a dedo en la misma forma en que se manejan los dineros del erario en la contratación pública local, en sido en la historia reciente el gran hazmereir nacional.
Este año la ciudad se prepara para una nueva elección de alcalde. Desde ya se avecinan tiempos de tormentas y campañas avasalladoras. Los fantasmas no han desaparecido, hay quienes aún maniobran desde el silencio y la clandestinidad, otros han saltado a disputarse en una contienda desprestigiada, un nuevo periodo a la alcaldía en la ciudad herorica.
En este río revuelto, parece que habrá una pesca abundante. Pues todo apunta a que en Cartagena, las elecciones estarán atestadas de aspirantes y patrocinadores tradicionales.
Este diagnóstico, que podría vislumbrar los inicios de una radiografía aún más profunda sobre los recientes acontecimientos políticos de cara a las elecciones del año en curso, da cuenta de una enfermedad destructiva que encuentra siempre los mecanismos para robustecerse e impedir su extinción.
Frente a un panorama tan hostil y complicado como el que se vive antes de una nueva elección para la alcaldía de Cartagena, la peste retorna fácilmente como un mal presagio, cómo una clarividencia, o por qué no, cómo una fatídica pesadilla que terminará cuando la gente al fin despierte.